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Suelo pensar que ciertos aspectos filosóficos tienen puntos en común con la arquitectura. Ideologías como la relatividad de la belleza, la comparativa entre la belleza exterior e “interior” y las primeras impresiones, están ligeramente presentes en el campo del diseño y construcción de edificios. En esencia, estas ideologías se materializan y hacen tangibles en la superficie exterior de un edificio (“surfacing”). El carácter dicotómico que se establece entre el interior y exterior de estas superficies o “envolventes” juegan un papel esencial dentro de una obra arquitectónica, pues, estas cuentan con el potencial de expresar una idea o transformar la idea conceptual en algo material.
La superficie de un edificio corresponde a la forma y configuración espacial. Sin embargo, esto para nada implica que estos elementos pasen a segundo plano o sean menos importantes. Como hemos aprendido a lo largo de la academia, la arquitectura es una cohesión de elementos, movidas que buscan expresar una idea o respuesta a un problema espacial. Por esta razón esa capa envolvente del edificio es una parte clave. No solo representa el primer encuentro con una obra, también son capaces de crear iconos, expresiones y transformar la arquitectura en un elemento poético.
Los proyectos de la Kursaal de Moneo y el Museo Guggenheim en Bilbao de Gehry son proyectos que hacen un hincapié en las nociones de la superficie arquitectónica. Por un lado, la obra de Rafael Moneo propone un edificio envuelto en paneles de cristal ordenados de manera horizontal dotando al edificio de un carácter transformativo. Durante el día el espacio es sutilmente iluminado por luz natural y en las noches la luz interior transforma el edificio en una lampara gigante creando un hito visual en el contexto. Por otro lado, la obra de Gehry está totalmente cubierta por láminas o escamas, como el mismo las describe, de titanio. En este caso, opuesto al de Moneo, el museo de Bilbao se transforma en un elemento reflexivo e irradiador durante el día haciendo que la obra sobresalga en su entorno.
En ambos de estos casos se muestra como la superficie exterior es mucho más que una mera envolvente. Los colores, las texturas, acabados, trasparencias y muchas otras características, son cualidades que dan carácter y particularizan los proyectos arquitectónicos. La envolvente no solo trabaja de manera cohesiva con si misma, de igual forma lo hace con su entorno y contexto inmediato. Ya sea querer resaltar, crear un hito o pasar desapercibido esta capa logra definir en esencia el primer encuentro con una obra. En sí, podríamos concluir que es quien logra hacer que obras arquitectónicas se vuelvan partes de un imaginario colectivo o individual.
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